¿Os ha ocurrido alguna vez que al cabo de un tiempo de empezar a trabajar en una organización notáis que hay cosas que no cuadran? Que lo que se transmite hacia fuera no es igual que lo que se vive dentro o que lo que se dice no es igual que lo que se hace.
¿Echáis en falta coherencia?
En mi caso he vivido situaciones en la que ha sido así y lo he sentido a través de un conflicto de valores, entre los valores que estaban colgados en la pared y los que se experimentaban en la realidad.
Por poner un ejemplo sencillo, que pasa si hemos comprometido un producto muy urgente a un cliente y no llegamos a tenerlo a tiempo:
¿Renunciaremos a parte de la calidad y probaremos a ver si cuela?
¿Avisaremos el cliente y le diremos que nos hemos equivocado?
¿Le ofreceremos soluciones alternativas para evitarles trastornos? Aunque nos cueste dinero.
Cualquier forma de responder a este tipo de problemática es cultura organizacional, significa como hacemos las cosas por aquí, en la organización.
Es practica y se demuestra día a día, en cada reunión, proyecto o colaboración. Con proveedores, con clientes, accionistas, con los propios empleados y con resto de la sociedad.
Es importante porque es la base de la promesa de marca, del propósito, de los valores, de la diferenciación con la competencia y de la confianza que transmite la organización.
En resumen, necesitamos entender la realidad organizacional de manera holística, cada cultura organizacional es diferente porque afronta realidades diferentes con personas diferentes.
Una buena cultura organizacional no ocurre por casualidad.